El Pecado
¡Cuán fácil es caer al suelo a causa del pecado, pero cuán difícil es volverse alevantar para continuar caminando el Camino!
Estoy seguro de que todos lo hemos experimentado de una manera u otra, en un grado u otro. El pecado siempre está en frente de nosotros; siempre está pronto a causar estragos, siempre listo para enfriar nuestros corazones, siempre decidido a apartarnos del Salvador, y siempre dispuesto para robarnos el gozo, y para matarnos, de ser posible.
No es necesario que usted salga en busca del pecado, sólo requiere que lo busque en su corazón. Si es honesto consigo mismo, no tardará mucho en hallar la «siempre-lista-a-germinar» semilla de la concupiscencia; no se necesita que mire algo perverso para caer en pecado, sólo basta que mire su corazón y lo contemple para que en menos de lo que “canta un gallo”, ya tenga un pensamiento lujurioso, y comience a ser carcomido por el fuego infernal del deseo pecaminoso (sólo por mencionar algo puntual).
¡Cuán fácil, es entonces caer en el pecado, pero cuán difícil en ocasiones es escapar de sus garras, liberarnos de sus redes, o salir del pozo oscuro al que nos arroja sin piedad! Si bien es cierto lo que dice la Escritura en Santiago 1:14 “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”, sería muy útil para nosotros pensar en términos del pecado como un enemigo interno al que debemos mortificar; pero también, como un enemigo externo del que debemos huir. Como dice un respetado pastor y predicador: «el pecado es un enemigo que siempre se levanta de entre nosotros, y que siempre está listo para presentarse delante de nosotros».
Sí, en última instancia, el pecado nace cuando la concupiscencia lo concibe, pero ¡cuán bien le haríamos a nuestras almas si evitamos toda ocasión, si mortificamos los «deseos internos» y si nos apartamos de toda «tentación externa». ¿Podemos hacerlo? ¡Si, para la gloria de Dios! ¿Podemos hacerlo siempre? ¡Si, para la gloria de Dios! … la pregunta es ¿queremos hacerlo? y lamentablemente la respuesta es ¡No siempre, para desgracia nuestra!
Aunque como cristiano, eres esclavo de Cristo, Él no te obliga a no pecar: tienes la libertad de decidir si pecar, o no hacerlo. Sólo que si lo haces juegas con la posibilidad de esclavizarte del pecado… y eso potencialmente te pondría en una situación extraña que pone en duda la validez de tu profesión de fe, pues nadie puede servir a dos señores a la vez (a Cristo y al pecado).
Por tanto, una pregunta que te ayudará cada vez que estés a punto de caer en el pecado es esta: ¿Soy de verdad un cristiano, una persona verdaderamente nacida de nuevo por voluntad de Dios? La respuesta es tanto sencilla, como teológicamente acertada: Si tu respuesta es «Sí, soy un cristiano», entonces debes recordar que el Señor te ha capacitado para negarte al pecado, y te ha concedido el poder y las facultades espirituales para rechazarlo, aborrecerlo, y mortificarlo.
Si eres un verdadero cristiano, puedes negarle a la carne lo que quiere, y puedes huir del pecado cuando quieras. Si esto siempre fuera fácil, otro tono sería en el que se hubiera escrito esa breve meditación: pero no siempre es fácil. Más el punto no es si es o no es fácil; el punto que como cristianos debemos tener en cuenta es este: el Señor Jesucristo nos libró del yugo del pecado, y junto a esa tan grande salvación, nos dio también el poder para rechazar el pecado, por lo que ¡Cuánto deberíamos orar por gracia para poder ejercer siempre ese poder!
Recuerda: estás frente a la tentación y la pregunta que quizás pueda ayudarte a poner tus pensamientos en orden: ¿En verdad soy un cristiano?
Ahora bien, si eres honesto y si tu respuesta es «no soy un cristiano»… si esa es tu respuesta, entonces ve y sumérgete en el pecado porque es lo único que sabes hacer, que quieres hacer y que, de hecho, puedes hacer. Como persona no cristiana, no tienes poder para batallar, no tienes el deseo para hacerlo, y ultimadamente lo único que quieres es transgredir la Ley de Dios… ¡así que, ve y hazlo, si eso es lo que quieres! … ¡ve y entrégate en las manos de quien te va a destrozar, párate junto a la boca de quien te va a consumir y acércate al fuego infernal que te va a quemar! …
¡Ah! … pero no puedo dejarte sin antes decirte que hay una carta que salva las vidas de todos los pecadores que creen las promesas allí escritas.
Esa carta es especial: ha sido escrita por Dios, su tinta es la sangre de Cristo y su propósito es dar vida eterna y libertad a todo el que cree. Esa carta es el Evangelio: es una buena noticia para tu alma, de hecho, la mejor noticia para tu alma. Por tanto, si estás frente al pecado, piensa en esto: si tus ojos no ven la salida, ese Evangelio sí te muestra la salida, la única salida del laberinto del pecado. Esa luz de esperanza para el pecador es Cristo, Aquel que murió en la Cruz del Calvario en lugar de quienes creen en Él. Ese bendito Cristo, siendo Dios se hizo hombre, y siendo Rey se hizo siervo por amor de todos los que creen que Él llevó sobre sí su pecado, la culpa inherente, y la justa condenación a causa del pecado. Ese Cristo es quien liberta de la esclavitud del pecado a quienes en Él creen, y quien, sufriendo la muerte del pecador, en cambio le concede vida eterna por medio de la fe. Entonces, si tu respuesta fue «no soy un cristiano», te recuerdo: nadie te está condenando a no serlo, nadie te lo impide, nadie te estorba para que te postres delante de la Cruz a pedir perdón y para que, si crees, te pares de allí por la gracia de Dios siendo un hombre perdonado, libre y con poder… con poder para decirle ¡No! al pecado… Con poder para jamás sujetarte bajo el dominio del pecado.
Pensar en las consecuencias del pecado es algo que pocos hacen al momento de pecar, pues la mente está tan ocupada y apresurada maquinando su ocultamiento, que difícilmente puede atender a la voz de la consciencia, si es que esta ha sido regenerada.
Cristianos, tengamos cuidado con el pecado, ¡jamás sobrará decirlo!; jamás perdamos de vista la persona de nuestro Salvador, la eficacia de su obra redentora, la gloria de su resurrección y todas las bendiciones celestiales, que en Él tenemos, entre las cuales está el poder; poder para sujetar nuestros pensamientos a la mente de Cristo… poder para huir de la tentación… poder para rehusarnos a ofender a nuestro Dios… poder para batallar contra los deseos de este cuerpo de muerte… poder para mortificar el pecado… y ultimadamente, poder para vencer sobre él, para la gloria de Dios.
El cristianismo no es una religión de fracasados perdedores, condenados a pecar continuamente y quienes se tardan «una eternidad en levantarse de nuevo» sólo para volver a caer; es la verdadera religión del Dios vivo, caracterizada por pecadores empoderados por el Espíritu Santo que quieren y pueden vencer, pues en Cristo, los cristianos, somos más que vencedores.

César García, pastor bautista reformado confesional. Casado hace 23 años con Leticia, mi amada esposa, y con dos hijos. Viví en Londres por casi 18 años. Salvo por la gracia de Dios el 28 de Abril del año 2001. Cursé mis estudios teológicos en el Seminario Bautista Reformado de Londres del Tabernáculo Metropolitano (el de Spurgeon). Reconocido y comisionado por el Dr. Peter Masters y los ancianos y diáconos del Tabernáculo Metropolitano. Sólo un instrumento del Señor para la plantación de Gracia Redentora (Pereira, 2013) y de MIREFORMA (Manizales, 2019). ¿Mi anhelo? Llegar a ser un siervo inútil.