En un mundo lleno de humanismo y técnicas para resolución de conflictos, y en una cristiandad llena de nuevos métodos y maneras extrabíblicas para resolver ciertos asuntos, es necesario que el creyente ponga más su mirada en la Escritura y menos en sí mismo; más en lo que Cristo quiere y menos en lo que “yo” quiero; más en buscar hacer Su voluntad y menos en hacer la suya propia.

No hay matrimonio debajo del sol en el que no existan conflictos e incluso discusiones. En ocasiones, esas discusiones se prolongan más de lo que deberían (Efe 4:26), y en otras, lamentablemente, hay un trato descortés carente de toda virtud cristiana de parte de uno de los cónyuges para con el otro. No obstante, un matrimonio es un matrimonio; es una institución de la Creación, y además es un pacto de compañerismo con Dios como testigo. Ningún pecado disuelve el matrimonio más que el pecado de la parte que no quiera arrepentirse o de aquella que no quiera perdonar al arrepentido, por lo que surge la pregunta para el esposo y la esposa que pasan dificultades en su matrimonio. Una parte se tendrá que preguntar: ¿Me quiero arrepentir? Mientras que es deber que la otra se pregunte: ¿Quiero perdonarlo?

Hermanos, si se habla de un matrimonio entre creyentes, es un grave pecado que una parte no se quiera arrepentir (de hecho eso pondría en duda su profesión de fe), al igual que si la otra parte no quiere perdonar. Tanto el ofensor creyente tiene la potestad de arrepentirse, como el ofendido creyente la potestad de perdonar al ofensor que ama; además, tanto el uno como el otro tienen esas potestades en virtud de la obra de gracia de Dios en sus corazones.

¿Es el divorcio la solución?

Stressed couple arguing and having marriage problems

Esto es teología en su nivel más básico, pero por muy sorprendente que esta pregunta parezca, algunos esposos o esposas creyentes piensan que sí; que en ocasiones sí es voluntad de Dios que el hogar se disuelva. Parece existir en algunos esposos cristianos la creencia de que el hogar no se puede restaurar.

Todo lo contrario es cierto: el hogar siempre puede ser restaurado por el Señor si se lo piden. El problema es que en vez de pedirle al Señor tan buena cosa en oración, se aboga por el camino más fácil: “huyo”… “me voy”… “la abandono”… “me divorcio de él”. Este pecado de negarse a luchar por el restablecimiento del hogar es un pecado (léase bien: pecado) que se cataloga dentro del facilismo; dentro de la perversa pero falaz tendencia de buscar el camino del menor esfuerzo posible.

Es cierto, una restauración es por lo general un camino largo y dificultoso, pero ¿de dónde hemos sacado que “comenzar de cero solo (o sola)”, “pasar la página y dejar todo atrás”, “desaparecer” o “buscar un nuevo inicio con alguien diferente” es la solución de un problema marital? O, ¿En qué libro secular hemos leído que la regla para resolver un problema matrimonial es su disolución?

Pero además del facilismo de unos, existe el derrotismo de otros. Esto es, la postura desoladora de que no hay esperanza para mi matrimonio; de que “el pecado ha causado mucho daño”, o de que “no tengo fuerzas para luchar por mi matrimonio”. Más la enseñanza de la Escritura es diferente.

1 Cor 16:13 Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos.

Sabemos que el matrimonio es una de los ejercicios santificadores más efectivos y hermosos que Dios instituyó. El matrimonio es la unión de dos pecadores en proceso de santificación. En el matrimonio cada parte se debe esforzar por honrar a Dios como esposo y si tienen hijos, como padres. El matrimonios es ciertísimamente hermoso sin querer decir que no existen dificultades, por lo que se require el esfuerzo de ambos para superarlas. El texto anterior NO es sólo para hombres, sino para todos las esposas, siendo el punto: «que no haya cobardía para hacer las cosas», o en su defecto «sean decididos y corajudos».

El puritano Matthew Poole dice sin ambages:

sean como soldados que luchan contra el mundo, la carne y el diablo; no os comportéis como niños, a quienes la menor oposición aterrorizará y derribará; sino como personas con valor y fortaleza espiritual […]

Luego, si la orden de la Escritura es a luchar y a batallar por lo que es justo (incluyendo el matrimonio), ¿por qué un creyente ha de rehuir a la lucha que demanda su matrimonio afectado por su propio pecado?

Ni el facilismo ni el derrotismo son marcas de un creyente cuyo estado espiritual sea acepto al Señor.

¿Es la voluntad de Dios que los esposos se mantengan unidos en el vínculo del matrimonio?

POR MANDAMIENTO EXPRESO, I. Teniendo en mente que bajo inspiración del Espíritu Santo, Pablo tiene en mente a un matrimonio entre creyentes, varias exhortaciones son hechas al interior de este glorioso pasaje para ambos, tanto para el esposo como para la esposa.

Efe 5:25 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella […]

Todo esposo debe notar esto: el esposo no sólo debe ser la cabeza del hogar, y el proveedor, y la parte fuerte en la que su esposa se sienta segura, y además, el ejemplo de su esposa en toda virtud cristiana y servicio al Señor, sino que el esposo debe ser amor para ella; en otras palabras, ella debe sentirse amada; ella debe percibir que su esposo la ama como Cristo amó a Su iglesia. (Eso es lo que dice el Apóstol al comenzar ese pasaje).

Loving couple enjoy sunset standing in shallow lake water

Ahora bien, la expresión “amad a vuestra mujer (esposa)” es un imperativo; una orden, algo que nosotros los esposos debemos hacer, no sólo porque nos nace y queremos hacerlo, sino porque Dios nos ordena a hacerlo; y si Dios nos ordena a hacer algo, ¿no es eso su voluntad? ¡Desde luego que lo es! Luego, la voluntad de Dios para con los esposos es a amar a sus esposas, entendiendo que el amor es la multiforme manifestación de la gracia de Dios en el esposo por la cual él busca el bienestar tanto físico como espiritual de su esposa, en toda verdad, ternura, delicadeza, protección y provisión y cuidado.

Si es claro que la voluntad de Dios es que amemos al prójimo con quien no escogimos estar o trabajar, ¡cómo no amar a alguien a quien escogimos como compañeras de peregrinaje! – De la misma manera que somos constreñidos por la Escritura a amar al prójimo, así somos impelidos a amar tierna y delicadamente a nuestras esposas, pues esta es la voluntad de Dios.

Pero luego encontramos más razones bíblicas por medio de las cuales podemos concluir que la voluntad de Dios para con un esposo es que permanezca unido a su esposa en el vínculo de matrimonio. Y esta segunda razón, aunque igual en autoridad a la anterior, es superior, pues NO es Apostólica, SINO Divina.

POR MANDAMIENTO EXPRESO, II. La voluntad revelada nos enseña por vía de mandamientos, ejemplos y preceptos que, en un matrimonio, no debe existir maltrato físico o verbal, abandono, separación, o mucho menos divorcio. ¿En qué nos basamos para afirmar esto? En la orden de Cristo mismo:

Mat 19:6 Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

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Ahí, en el mandamiento de Cristo, usted puede discernir la voluntad de Dios para su matrimonio: no se separe… o no abandone… o no deserte a su esposa… o lo que es igual, no persista en ser negligente con ella. Ahora bien, en ese versículo el Espíritu Santo no sólo podría hacer referencia al “hombre” como aquella tercera persona o ser externo al matrimonio que puede desunir un vínculo marital, sino que evidentemente incluye al mismo esposo o esposa, pues debido a su pecado, ellos también pueden verse tentados pecaminosamente a disolver lo que Dios unió. El punto es claro: La voluntad de Dios es que NI terceras personas, NI el esposo, NI la esposa destruyan o disuelvan el pacto que hicieron delante de Él, y que Él mismo bendijo el día de sus bodas.

Entonces, no solamente Dios le dice al hombre que se va a casar que “deje a su padre y a su madre” y que se “una a su mujer” con el fin de que sean como una sola carne, sino que Él mismo parece decir en el pasaje de Mateo 19: !Y que nadie divida o atente en contra de la unidad que Yo mismo he bendecido! En conclusión: ni terceros, ni mucho menos los esposos mismos deben estar buscando la separación o el divorcio. Por el contrario, como creyentes ambos esposos deben persistir en la búsqueda del perdón y de la reconciliación, pues ¡eso es lo que hacen los cristianos! Sí, aún aquellos que con sus palabras, actitudes y obras han causado afectación en el seno de su hogar.

Conclusión

La infidelidad y el desamor son pecados, pero nada que el Señor no le haya perdonado a la parte ofensora creyente en la Cruz del Calvario. Todos tenemos acceso al Trono de Gracia y no hay gracia que no fluya del Altísimo que no alcance para restaurar el amor y la confianza, por más tarjados y deteriorados que estén. Cuando hay dos personas creyentes en oración, dispuestas y arrepentidas, Dios hará la obra… ¡siempre la hará!

Walking alone in the Highlands

Ahora, ¿qué sucede si sólo uno de los cónyuges está dispuesto a continuar con el hogar? Salvo si existen garantes bíblicos el divorcio no es algo que los creyentes deben contemplar; de ahí que si no están dichos garantes, cualquier indisposición o negligencia de parte de uno de los cónyuges de preservar la integridad de su hogar se constituye como pecado, y no quedará más remedio que la institución de la disciplina, si el esfuerzo de los ancianos por ayudar, aconsejar o ministrar al tal, es infructuoso.

No obstante, siempre se aconseja a la parte que “quiera continuar con su hogar” que no cese de orar con fe con la esperanza de que el Señor obre en su esposo o esposa y conceda una genuina reconciliación, y así, la restauración del hogar. No es posible predecir cómo Dios obrará, pero su gloria se verá en cualquier caso. El cónyuge que anhele glorificar a Dios en su hogar, y que desee preservar la unidad que Dios ha establecido, y honrar los votos que él o ella hizo delante de Dios, si finalmente ha de ser abandonado, ¡que lo sea de rodillas ante el Trono de Gracia suplicando por la vida espiritual de su esposo o esposa, y claro está, por el restablecimiento del hogar para la gloria de Dios! El Señor lo consolará; siempre lo hará, y lo hará por a través de los medios de gracia, de Su Palabra, y de la comunión con los santos de su iglesia local.

¿Es voluntad de Dios que la “unión de espíritus” que nace en el matrimonio cese de ser? … No; Gen:2:24
¿Es voluntad de Dios que, incluso, exista una separación de cuerpos? …No; 1 Cor 7:5, 10
¿Es voluntad de Dios que un esposo siempre ame a su esposa? … Sí; Efe 5:25
¿Es voluntad de Dios que en un hogar en problemas exista arrepentimiento y perdón? ¡Sí! … Stg 5:16 (confesión de ofensas en arrepentimiento) y Efe 4:32 (actitud perdonadora) … y si el argumento es: “ambos pasajes no hablan de esposos”, la respuesta debe ser: no es necesario, ¡ambos pasajes los incluyen!
¿Es voluntad de Dios que ni el esposo ni la esposa dividan lo que Dios ha unido? ¡Sí! … Mat 19:6

Hermanos, repito… Si es claro que la voluntad de Dios es que amemos al prójimo en general con quien no escogimos trabajar o viajar, por ejemplo…  ¡Cómo no amar a alguien a quien escogimos como compañeras de peregrinaje! – De la misma manera que somos constreñidos por la Escritura a amar al prójimo, así somos impelidos a amar tierna y delicadamente a nuestras esposas, pues esta es la voluntad de Dios.

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