¿Amor ciego?
‘Amor ciego‘ es un dicho popular, además de ser una expresión satírica. Tal expresión, en algunas ocasiones, busca ridiculizar a los varones que se enamoran de una dama que no es bien parecida físicamente, o viceversa; en otras, la expresión puede hacer alusión a la manera irracional en la que actúa una dama al negarse a ver, por ejemplo, los serios y evidentes problemas de comportamiento de un varón. Sin embargo, aparte y muy por encima de los anteriores usos de esa expresión, yo definiría la expresión ‘amor ciego‘ como el comportamiento de una dama que ama a su esposo (o viceversa) en el que el sentimiento prima por encima de la razón.
En el contexto del matrimonio no es poco común encontrar a una o ambas partes no pudiendo o no queriendo hacer una clara diferenciación entre un amor Bíblico y un ‘amor ciego‘. Si bien ese no es el punto primario de esta reflexión, sí quisiera aclararlos: el primero, es decir, el amor definido por la Biblia y aplicado al contexto del matrimonio, nos lleva a adorar, servir, honrar y a obedecer a Dios con todos nuestros corazones y con todas nuestras fuerzas Deut 6:5 y, esto en consecuencia, nos lleva a procurar el bienestar integral de nuestro cónyuge Efe 5:25; el ‘amor ciego‘, por el contrario, se basa en un sentimiento, más que un verdadero amor (propiamente definido), y se enfoca en el ser humano que se tiene en frente, desplazando al Señor a un segundo plano, del que no es digno. El ‘amor ciego‘ no busca la gloria y honra de Dios en el matrimonio, sólo busca agradar a la persona con la que una persona está casada; y entre muchas otras cosas que se pueden decir, digamos esta última: el amor definido por la Escritura es un amor que en medio de un conflicto, busca una paz basada en la resolución Escritural del mismo, mientras que ‘el amor ciego‘ –por el contrario- es un ‘tipo de amor‘ que pretende la paz, ocultando la raíz del problema.
¿Se puede dar el ‘síndrome del amor ciego’ en un matrimonio cristiano?
Pero esta cuestión del ‘amor ciego‘ puede llegar a convertirse en una triste realidad a la que los hogares cristianos no son inmunes. Tan penosa realidad se presenta cuando una de las partes del matrimonio se rehúsa a ver el pecado en la otra, so pretexto de amarla, y pese a que dicho pecado que se observa es algo persistente y/o evidente; en otros casos, la realidad del –amor ciego– se presenta cuando una de las partes comienza a tolerar el pecado de la otra, acostumbrándose a aceptar dicho comportamiento pecaminoso supuestamente como parte ‘de la personalidad‘ de la otra persona.
Cualquiera que sea el caso, el amor con el que Dios nos ha amado no es ciego. Dios no se hizo ‘el de la vista gorda‘ con nuestro pecado, a causa de Su amor; todo lo contrario, es cierto: mirando nuestro pecado y la necesidad de que ese pecado fuera expiado, por amor a nosotros envió a Su Hijo unigénito. El amor de Dios para con los suyos, obró paz entre Él y ellos por medio de la justicia de Cristo; algo similar debe ocurrir en el seno de un hogar cristiano: verdadero amor no es ocultar el pecado, sino alentar a la parte en pecado a buscar el verdadero arrepentimiento y el subsecuente perdón de pecados en el Señor Jesucristo. Ocultar el pecado persistente, no es amar; ocultar el pecado agrava la comisión del pecado; quien oculta el pecado se convierte en cómplice, y además, a menudo le toca soportar dolorosamente las consecuencias de tal complicidad.
El matrimonio es un ámbito en el que el pecado debe ser discutido; se debe buscar el lineamiento de la Escritura al respecto del debido trato de dicho pecado, y debe existir un compromiso de ambas partes para honrar al Señor en la no comisión de este a partir de ese momento. Sí; quizás se presenten altibajos, pero en un matrimonio de creyentes debe ser evidente que la gracia del Señor fluye, por lo que se espera que cualquier comportamiento pecaminoso sea dejado atrás con la ayuda del Señor.
El matrimonio no es una cueva de ladrones
… En el sentido de que todo vale, todo se permite, todo se oculta y en el que el objetivo inmediato parece ser que nadie se dé cuenta del pecado del cónyuge. Ocultar el pecado persistente e impenitente de un cónyuge es participar con él o ella de tal perversión, convirtiendo así el matrimonio en una cueva de ladrones y en una sociedad de mentirosos alcahuetes (Ver Hechos 5:1-11 para el caso de Ananías y Zafira) Si andamos con una limpia consciencia delante de Dios y de los hombres, tal y como el Señor nos llama en Su Palabra (Hechos 24:16 y Heb 13:18 entre otras) ninguno de nosotros debería temer a que su carácter o vida fueran escrutados; nadie debería temer de que alguien sepa cómo somos en el hogar como padres o esposos; si bien una de las cosas que caracterizan un matrimonio es la privacidad en el trato de ciertos asuntos –y es de suma importancia que eso se tenga en mente– el matrimonio no santifica el pecado ni justifica que escondamos un pecado en el que persiste la persona que amamos.
‘Amor… mija’, no le diga nada a nadie. ¡Muchas veces eso se constituye en una violación… de conciencia!
De otro lado, es lamentable que existan dentro del matrimonio cristiano, partes –por lo general son los varones– que intimidan a sus esposas o que violan sus consciencias, presionándolas para que no digan nada acerca de sus aberraciones, de su grosería, de su trato tosco, y de otros comportamientos reprochables y deplorables. Aquel que así procede cae dentro del rango de seres que dominan a la fuerza (no necesariamente física) y por miedo, abandonando de lado la comisión Divina de gobernar su casa en amor.
El escritor de este artículo es consciente de que muy a menudo la parte avasallada por quien se resiste al arrepentimiento teme hablar de este problema con una tercera parte, por miedo al avasallador. Sí, es necesario que se busque primero la ayuda del Altísimo en el seno del hogar, pero cuando llega el punto en el que las opciones dentro del ámbito del matrimonio se han agotado, es necesario que la parte afectada busque al pastor (de quien se espera y presupone que es ejemplo de conducta) y se proceda al trato de este asunto, que en el mejor de los casos es totalmente anormal, y que en el peor, es profundamente pecaminoso.
Busquemos ayuda
Sí, hermanos, si bien el amor cubre multitud de pecados, en ningún momento la Escritura les ordena a los miembros de la sociedad marital a tolerar impasibles la comisión persistente e impenitente del pecado de su contraparte, so pretexto de que tenemos que llevar las cargas y soportarnos los unos a los otros. ¡Claro! debemos hacer esto, y debemos persistir en tan noble empresa, pero sin dejar de procurar buscar el bien del alma de quien persiste en el pecado, y esto en algunas ocasiones implica hablar con una tercera persona al respecto, que por lo general debe ser el varón que preside la congregación a la que ambos pertenecen.
Jamás sobra recordar lo que es obvio, pues esas son las cosas que a menudo olvidamos con mayor facilidad: la Escritura demanda amor por Dios por encima de
todas las cosas y personas – Hechos 4;19 y Hechos 5:19 y esto implica amar a Dios antes que a nuestro cónyuge. En el ámbito marital cristiano, le debemos fidelidad a nuestra contraparte, debemos ejercer paciencia, debemos perdonar una y otra vez, debemos soportar los pocos o muchos defectos de aquella parte a la que amamos, pero jamás hacernos el de ‘la vista gorda’ ante la persistencia en el pecado.
Si el diálogo no puede alcanzar un compromiso, o si el amor paciente y sacrificado no puede animar a la parte que peca a abandonar sus malos caminos, se deben contemplar otras avenidas: la parte afectada que ve a su cónyuge pecar una y otra vez, no tiene que callar; con discreción y prudencia debe buscar ayuda en el pastor, a menos de que se rinda ante la penosa realidad de convertirse en cómplice de quien peca.
Conclusión
Amor no es barrer los pecados debajo de la alfombra del ‘aquí no ha pasado nada‘; en el contexto de un matrimonio cristiano en el que una de las partes persiste en mal obrar, amor es orar por la otra parte, corregirla con mansedumbre y estar siempre prestos a perdonarla, todo esto, sin dejar de lado el pedir ayuda cuando no pueden observarse frutos dignos de arrepentimiento. Ocultar el pecado convierte el seno del matrimonio en una cueva de ladrones, y aprender a vivir o aceptar sin reparo el pecado de nuestr@ cónyuge, endurece nuestros corazones y ‘legitima‘ el pecado, añadiendo de esta manera más mal al mal que ya existe.
¡Aborrecible! es el caso en el que el cónyuge peca persistentemente y luego manipula a su contraparte pidiéndole que no diga nada a nadie so pretexto del amor que hay entre ellos, del deber de ser prudentes y de que ‘las cosas’ pronto se arreglarán. Vergüenza debería darle a todo aquel que viola la consciencia de su esposa (o viceversa) esgrimiendo argumentos teológicos que la confunden y razonamientos ‘elevados’ que ella no entiende.
Si bien el amor nuestro para con nuestras esposas (o viceversa) implica por necesidad que pasemos por alto faltas menores, que perdonemos sus pecados y que persistamos siempre en bien hacerles, jamás implica que el amor esté obligado a guardar silencio ante la persistencia del pecado en el núcleo familiar.
César García, pastor bautista reformado confesional. Casado hace 23 años con Leticia, mi amada esposa, y con dos hijos. Viví en Londres por casi 18 años. Salvo por la gracia de Dios el 28 de Abril del año 2001. Cursé mis estudios teológicos en el Seminario Bautista Reformado de Londres del Tabernáculo Metropolitano (el de Spurgeon). Reconocido y comisionado por el Dr. Peter Masters y los ancianos y diáconos del Tabernáculo Metropolitano. Sólo un instrumento del Señor para la plantación de Gracia Redentora (Pereira, 2013) y de MIREFORMA (Manizales, 2019). ¿Mi anhelo? Llegar a ser un siervo inútil.