Hablando del prójimo – Tito 3-2
Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres.
Tit 3:2
Esta es una orden apostólica importante y vinculante para todos los cristianos de todas las edades, en todos los países y a lo largo de todos los tiempos. La Escritura no admite excepciones: ¡Es para todos los miembros de la familia de Dios, y ¡Cuánto nos debemos esmerar en cumplirla!
Deseo que tenga presente la «elasticidad» de la palabra difamar en el original Griego.
En el original Griego la palabra «difamar» corresponde a la palabra Griega blasfemeo (βλασφημέω). De esta palabra tenemos la palabra blasfemia, que es una palabra muy «elástica» en el idioma Griego, la cual indica: mal hablar, hablar de manera impía (o mala), difamar, injuriar, insultar, ultrajar o vituperar.
Se puede blasfemar, tanto de Dios como del hombre.
El error suyo, quizás, radica en creer que cuando se habla de blasfemia, esta sólo hace referencia al pecado en el que incurre todo aquel que habla de manera falsa, malintencionada o inapropiada de Dios. Tenga cuidado, porque gracias al texto del Griego, sabemos que la blasfemia aplica también para toda suerte de lenguaje impío en contra del prójimo.
Aquí el punto en el que debemos meditar es este: Si es grave pecado hablar de manera blasfema (mala, calumniadora, inapropiada o grosera) en contra del Altísimo, ¿Cómo puede ser que tengamos la idea de que no es tan malo, hablar de manera blasfema a sus criaturas?
Con ella (nuestra lengua – que representa nuestra habla) bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?
Stg 3:9-11
Los cristianos no blasfeman a nadie. (No difaman o mal hablan de su prójimo…)
Ninguno de los miembros de la familia de Dios debe hablar mal de otra persona bajo ninguna circunstancia. Ninguno de nosotros debe tener un motivo que no sea santo al referirse a otra persona, independiente de las diferencias. Ningún Hijo del Altísimo querrá violar la Ley de su Dios profiriendo mentiras, burlas, calumnias, chismes, falsos testimonios u ofensas en contra de otros, y mucho menos de sus hermanos.
La orden Apostólica es «a nadie difamen» que puede ser leída de manera imperativa en el presente tenso: «… del prójimo no mal-hables . Recordemos que cada uno de nuestros prójimos son hechura de Dios a su imagen y semejanza. En el peor de los casos, siguen siendo criaturas y en el mejor, han sido convertidos en nuestros mismísimos hermanos en Cristo. Pero en todos los casos, son imágenes del Dios vivo y por tanto, «no debemos hablar mal de Dios, ni tampoco de ninguna de sus criaturas».
La orden del Señor
Hemos recibido la orden del Señor de «amarnos unos a otros» (Juan 15:12, Juan 15:17, etc…) orden cuya esencia fue reiterada por los apóstoles en sus cartas (1 Pedro 1:22, Romanos 13:8, 1 Tesalonicenses 4:9, 1 Juan 3:11, etc…) ¿Habla mal el esposo de su esposa a la que ama? ¿Habla mal el padre de su hijo al que ama? ¡No! ¿Cómo es posible entonces que un hijo de Dios difame o hable de manera impía de uno de sus hermanos, sin importar cuál sea su falta o cuán serio su error? (No confundir hablar mal de un hermano con hablar la verdad acerca de las prácticas inapropiadas de un hermano, o con denunciar el error de un hermano cuando sea apropiado hacerlo: son cosas diferentes.)
La orden apostólicas
Pero la orden del Apóstol esclarece más el punto. La orden apostólica «que a nadie difamen» o «que de nadie mal hablen» es una orden para nosotros aún si los demás nos difaman y mal hablan de nosotros. De hecho, esta orden Paulina (Divinamente inspirada) está totalmente alineada con la orden dada por el Salvador: «Ama a vuestros enemigos y bendice a los que os maldicen» (Mateo 5:44). De esta manera, es evidente que la orden «que a nadie difamen», no sólo aplica para los miembros de la familia de Dios, sino para con toda la raza humana independiente de sus maltratos, de sus calumnias y de sus mentiras para con nosotros. La orden es a vencer el mal haciendo el bien, y la mentira con la verdad, no insulto con insulto o calumnia por calumnia.
Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad, Para que no seas tú también como él. Responde al necio como merece su necedad, Para que no se estime sabio en su propia opinión.
Pro 26:4-5
Barnes dice en su comentario>
Responder a un tonto de acuerdo con su locura mezclando palabras con él, descendiendo a su nivel de ira grosera y de abuso vil (ES INAPROPIADO …) palabras en mayúsculas y énfasis añadido
Comentario de Barnes
La clave para entender la orden Apostólica yace en la palabra del Griego blasfemeo (βλασφημέω)
La orden de «no difamar» es bastante amplia para ser tratada en este devocional de manera detallada, pero si usas los diversos significados de la palabra Griega blasfemeo (y lo puedes hacer), podrás darte cuenta que la orden puntual es «que no se hable de nadie de manera mala o perversa», o lo que es lo mismo:
- «nadie mienta de, o calumnie a otra persona en sus conversaciones»
- «ninguno debe insultar o injuriar a otra persona con palabras ofensivas»
- «absolutamente nadie ridiculice a otra persona cuando hable con ella o se refiera a ella en sus conversaciones»
- «que ni uno solo menoscabe la honra de otra persona con comentarios maliciosos o de doble sentido»
¿Cuál es la enseñanza?
Hermanos, «nadie es nadie» y la orden es «μηδενα βλασφημειν» >>> «que a nadie difamen» … piensa antes de hablar de alguien, y si ya pensaste en hablar algo malo, indebido, inapropiado o innecesario de «ese alguien», haz dos cosas:
- No la digas… evita que el daño sea mayor.
- Pide pronto perdón a Dios pues ya has pecado en tu corazón.
¡Oh, queridos hermanos! Si nosotros hablamos mal de otra persona (aún de quienes nos aborrecen), estamos pecando, estamos deshonrando a Dios y contristando el Espíritu. Dios nos ayude a no incurrir en esta perversa práctica que es común en el mundo, pero que se ha vuelto «normal» entre muchos de quienes profesan ser parte de Su pueblo.
César García, pastor bautista reformado confesional. Casado hace 23 años con Leticia, mi amada esposa, y con dos hijos. Viví en Londres por casi 18 años. Salvo por la gracia de Dios el 28 de Abril del año 2001. Cursé mis estudios teológicos en el Seminario Bautista Reformado de Londres del Tabernáculo Metropolitano (el de Spurgeon). Reconocido y comisionado por el Dr. Peter Masters y los ancianos y diáconos del Tabernáculo Metropolitano. Sólo un instrumento del Señor para la plantación de Gracia Redentora (Pereira, 2013) y de MIREFORMA (Manizales, 2019). ¿Mi anhelo? Llegar a ser un siervo inútil.