Arthur W. Pink, un creyente y pastor inglés apreciado por muchos cristianos, en su faceta como comentarista bíblico dice al respecto de Jua 14:15

“Si me amáis, guardad mis mandamientos”. ¡Cómo reprende este versículo el creciente antinomianismo de nuestros días! En algunos círculos, uno no puede usar la palabra “mandamientos” sin ser mal visto como un “legalista”. A multitudes se les enseña ahora que la Ley es enemiga de la Gracia, y que el Dios del Sinaí es una Deidad severa y amenazadora, que impone sobre Sus criaturas un yugo difícil de llevar. Esta es una terrible parodia de la verdad. El que escribió sobre las tablas de piedra no es otro que el que murió en la Cruz del Calvario; y el que aquí dice “Si me amáis, guardad mis mandamientos” también dijo en el Sinaí que mostraría misericordia a miles de los que “me aman y guardan mis mandamientos”.

A.W. Pink

Queridos hermanos, Pink está en lo correcto. El antinomianismo se ha esparcido en el «cristianismo» y ha logrado su propósito: engañar al profesante de la fe haciéndole creer que es libre de la observancia de la Ley de Dios, como si la Ley de Dios fuera una adversaria de la gracia. Ahora bien, teniendo en cuenta que la Biblia enseña que ineludiblemente existe una relación causa-efecto en lo concerniente a la salvación-obediencia, considero necesario sólo citar a Pink, en virtud de que fue en medio de esta lectura que fui movido a compilar estas líneas, que, humilde presento para consideración del amable lector.

Para abordar el tema de manera didáctica, aunque no exhaustiva, me propongo a concatenar la obra de gracia de Dios en el hombre (la cual es por necesidad la causa de la obediencia), con la respuesta obediente del hombre a la Ley de su Dios y Señor; obediencia que a todas luces debe entenderse como de índole evangélica y no legal.

Consideraremos, entonces. los siguientes cuatro (4) aspectos:

  1. La obra regeneradora de Dios en el corazón del hombre
  2. La escrituración de la Ley de Dios en el corazón del hombre
  3. La obediencia del hombre a la Ley de Dios
  4. La relación entre la obediencia del hombre y el amor que el hombre profesa por Dios.

¿Puede alguien ser un creyente sin una obediencia evangélica a la Ley de Dios? Intentemos, pues, responder a la pregunta que nos atañe en esta ocasión, y creo que debemos comenzar por comprender las diferencias esenciales y existenciales que existen entre alguien en quien Dios ha obrado gracia, y alguien en quien no.

1) La obra regeneradora de Dios en el corazón del hombre

Qué el hombre natural no comprende los asuntos celestiales, es una realidad bíblica e innegable (1 Cor 2:14). De esta realidad es apenas obvio decir que si el hombre no-regenerado no percibe las «cosas espirituales», ¡entonces sí que menos las va a obedecer! — Lo anterior contrasta con aquellos bienaventurados en quienes Dios sí ha obrado. Ellos no sólo son habilitados por el Espíritu para comprender las Palabras que Dios ha revelado, sino que son empoderados por Él para obedecerlas, de otra manera no tendría sentido que Dios salvara a alguien; pues si Dios salva al hombre de la desobediencia a Su Ley, pero no lo capacita para obedecerla, ¿entonces para qué lo salva?

Al escuchar la expresión «la obra de Dios en el corazón del hombre» lo que muy seguramente viene a nuestras mentes es la regeneración; muchos otros asuntos como la santificación, pero principalmente la regeneración. Así las cosas, hablamos de la regeneración como la obra soberana del Espíritu Santo mediante la cual concede vida espiritual a los pecadores muertos en sus delitos y pecados; más precisamente, la regeneración es aquella obra Divina, soberana y sobrenatural ejecutada por el Espíritu Santo que hace de una persona muerta espiritualmente, una que puede ver su pecado, arrepentirse de su pecado, creer en el Señor Jesucristo, y vivir para la gloria de Cristo.

Nótese que en sí, la regeneración es el comienzo de vida espiritual lo cual a su vez demanda que nos preguntemos ¿vida espiritual para qué? … ¿Vida para seguir viviendo en violación a la Ley? ¡No! Vida para cumplir el propósito eterno de Dios al salvarnos; vida para obedecerle, servirle y amarlo. La vida espiritual en Cristo es una vida con propósitos que Dios ha establecido para nosotros; propósitos que pueden ser resumidos en uno solo: Dios nos ha dado vida espiritual para que ayudados por su gracia y empoderados con el poder de Su Espíritu, podamos hacer buenas obras.

Efe 2:10 Porque somos hechura suya (nuevo nacimiento), creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Tit 2:14 quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos (salvación) de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.

Pero ahora la pregunta es… ¿qué es bueno?, y por tanto, ¿qué son buenas obras? Es importante definir esto de «buenas obras» de manera precisa porque en un mundo relativista y en una cristiandad especializada en redefinir términos, si no sabemos qué son «buenas obras» a la luz de las Escrituras, es posible que terminemos creyendo que buenas obras son aquellas cosas que hacemos porque nos gustan, o que, en nuestro criterio, nos parecen buenas, o que nos hemos acostumbrado a hacer.

Lo bueno NO es necesariamente lo que nos gusta. En el ámbito teológico lo bueno es todo aquello que va en concordancia con la Palabra de Dios; en otras palabras, bueno es todo aquello que Dios considera bueno…

Miq 6:8 Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.

Al respecto de este versículo, Calvino afirma:

Éste es el camino que sigue ahora el Profeta Miqueas cuando dice que la Ley de Dios prescribe lo que es bueno, es decir, hacer justicia, observar lo que es equitativo hacia los hombres y también cumplir con los deberes de misericordia.
Juan Calvino

Entendemos, pues, que es la Ley de Dios el estándar de lo que Dios considera como bueno. Así que repetimos algo que consideramos de suma importancia: no es lo que nos parece bueno ni lo que nos gusta lo que es necesariamente bueno. ¡Bueno es todo aquello que el creyente hace en fe Y en obediencia a la Palabra de Dios. Por ejemplo, en el contexto de la dación de la Ley, Dios correlaciona lo bueno con la obediencia a Su Ley.

Deuteronomio 12:28 Guarda y escucha todas estas palabras que yo te mando, para que haciendo lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová tu Dios, te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti para siempre.

En esa misma línea de razonamiento que intenta probar que lo bueno es lo que se hace, se dice y se piensa en concordancia con la Ley de Dios, piense en esto: el hombre se arrepiente por la gracia del Señor ¿pero, de qué? ¡De sus malas obras de desobediencia a la Ley de Dios! — De nuevo, una mala obra no es mala porque nos parezca mala, sino que lo es en virtud de que es contraria a la Palabra-Ley de Dios. Recuerde esto: una mala obra = una obra pecaminosa = violación o infracción de la Ley de Dios.

1 Juan 3:4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.

Con todo lo anterior en mente, podemos entonces dar razón del por qué los incrédulos (o aquellos en quienes Dios no ha obrado) no quieren ni pueden hacer buenas obras en el sentido bíblico de la expresión. Pero teniendo esto en claro, aún queda pendiente la respuesta a la pregunta ¿Puede alguien ser un creyente sin una obediencia evangélica a la Ley de Dios? Si decidimos abandonar la lectura de este artículo en este punto, la respuesta podría ser: Es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que en teoría puede y quiere obedecer a Dios, pero que en la práctica no lo hace.

Stg 4:17 y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.

2) La escrituración de la Ley de Dios en el corazón del hombre

La escritura de la Ley de Dios en el corazón del hombre puede ser considerada una segunda gracia entre multitud que le siguen a la regeneración (que generalmente hablando, podría ser considerada como la primera). El hecho de que Dios escriba Su Ley con sus dedos, ahora no en tablas de piedra, sino en un corazón de carne ya preparado ¡cuál hermosa arca que alberga la Ley! es algo sobrecogedor y de gran utilidad tanto práctica como devocional. De hecho, la escrituración de Su Ley en el nuevo corazón que Él mismo ha regenerado es el sello que testifica la genuinidad de su obra salvífica; es el sello que verifica nuestra membresía al Nuevo Pacto.

Jer 31:33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.

Pero la obra de Dios en el regenerado (y posterior o simultáneamente, pero indefectiblemente convertido) implica que el nacido de nuevo, más que conocer el estándar de Dios (pues desde su nacimiento ha vivido con este estándar, aunque desfigurado), ahora vive con ese estándar en su corazón; por lo que me pregunto ¿podría un verdadero creyente vivir con la Ley de Dios en su corazón y luego decir «la Ley no es vinculante para mí»; o, «la Ley no es de beneficio para mí»? No lo creo. Dios tiene propósitos claros al escribir su Ley en nuestros corazones, y quizás la más importante es esta: ¡Qué ésta sea nuestra norma perfecta de santificación y conducta!

En resumen, la obra de Dios en el regenerado precede la escrituración de Su Ley en su corazón, por lo que es difícil afirmar que «algo» que Dios mismo ha escrito con «su dedo» en los corazones de quienes genuinamente son sus hijos, sea desestimado, o peor aún, aborrecido (no amar = aborrecer) por ellos. Luego, ¿puede alguien ser un creyente sin una obediencia evangélica a la Ley de Dios? Si decidimos abandonar la lectura de este artículo en este punto, recuerde que la respuesta podría ser:

  1. Es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que en teoría puede y quiere obedecer a Dios, pero que en la práctica no lo hace
  2. Es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que tiene la Ley de Dios escrita en su corazón, pero cuyo corazón no siente amor por la Ley (Salmo 119:113, 97, 163, Rom 7:22, etc.) y deseos de honrar a Dios por medio de una obediencia evangélica a sus mandamientos.

Hasta este punto hemos hablado de la obra de Dios en el corazón del hombre, y de la escrituración de la Ley Divina en ese corazón regenerado. Ahora hablemos de la respuesta del creyente a tanta gracia y amor Divino.

3) La obediencia del hombre a la Ley de Dios.

Si en la caída la Ley de Dios en el corazón del hombre fue opacada y nublada, en la regeneración podemos decir que fue restaurada a su glorioso resplandor. Pero no solo todo aquel en quien el Señor obre tiene la ley de Dios escrita en su corazón, sino que de esta gran verdad se desprenden dos implicaciones evangélicas de inconmensurable tamaño, que no obstante, son a menudo menospreciadas o no valoradas como debería ser el caso. La primera: Que aquel en quien Dios realmente obra, ama la Ley de Dios. La segunda: Que aquel en quien Dios realmente obra, desea obedecer la Ley de Dios.

Amor por la Ley Divina

Rom 7:22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;

Sal 119:97 Mem ¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.

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Obediencia a la Ley Divina

Pero el meollo del asunto radica en que «amar a Dios» (no desde el humanismo, sino desde el punto de vista del Escrituralismo) se define en términos de obediencia a la Ley de Dios. Y por mucho que se quiera desvirtuar este axioma bíblico (para pérdida y confusión de sus almas), el punto es que así lo enseña la Palabra: el hombre guarda (léase, obedece) lo que Dios ha puesto en él (los mandamientos de Su Ley).

1 Corintios 7:19 La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios. *No sólo a los Mandamientos de la Ley Moral de Dios, o a las demandas éticas de Cristo, SINO a toda la voluntad revelada de Dios.

1 Juan 2:3 Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. *la solidez de nuestro conocimiento salvífico del Señor Jesucristo se «mide» en términos de la observancia evangélica de los mandamientos de Dios, primariamente de la Ley Moral de Dios.

1 Juan 2:4 El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; *mirar observación hecha en 1 Juan 2:3

1 Juan 3:22 y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. *Hay beneplácito Divino cuando obedecemos los mandamientos del Señor (o lo que es igual, cuando hacemos aquellas obras que son agradables a Él)

1 Juan 3:24 Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. *De nuevo, la observancia evangélica de la Palabra-Ley de Dios es la prueba fehaciente de que Dios ha obrado en nuestros corazones, de que estamos «EN Cristo» y de que el Espíritu Santo testifica de esta realidad.

Apocalipsis 14:12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. *Interesante correlación entre los que al final hacen parte de la iglesia triunfante, y aquello que los caracteriza: obediencia a los mandamientos de la Ley de Dios y la fe en Cristo. Maravilloso comprender que lo uno (la Fe en Cristo) no excluye lo otro (Obediencia a la Ley de dios), sino que lo precede Fe > Obediencia a los mandamientos de la Ley de Dios.

Eclesiastés 12:13 El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.

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¿Puede alguien ser un creyente sin una obediencia evangélica a la Ley de Dios? Si decidimos abandonar la lectura de este artículo en este punto, recuerde que la respuesta podría componerse de estos tres aspectos basados en cada uno de los subencabezados anteriormente expuestos:

  1. Es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que en teoría puede y quiere obedecer a Dios, pero que en la práctica no lo hace.
  2. Es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que tiene la Ley de Dios escrita en su corazón, pero cuyo corazón no siente amor por la Ley (Salmo 119:113, 97, 163, Rom 7:22, etc.) y deseos de honrar a Dios por medio de una obediencia evangélica a sus mandamientos.
  3. Es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que no guarda u observa (de manera evangélica, claro está) los mandamientos de la Ley Divina que Dios ha escrito en su corazón.

Ahora, lamentablemente algunos cristianos creen que amar a Dios es simplemente decir: «Señor, te amo». Aquí es donde debemos ser humildes para aceptar que el amor del creyente para con Dios no existe porque así alguien lo dice o lo siente; existe porque Dios nos amó a nosotros primero (1 Juan 4:19), y es demostrado por medio de nuestra obediencia a Su Ley como lo afirman los versículos citados a continuación.

4) La relación entre la obediencia del hombre y el amor que el hombre profesa por Dios.

Es difícil creer que haya personas que se llaman cristianas, incluso se llaman «cristianos reformadas», y que argumentan tener la Ley de Dios escrita en sus corazones, que defienden a capa y espada ser miembros del Nuevo Pacto, que dicen amar a Cristo, PERO que viven en impenitente flagrancia del Cuarto Mandamiento (sólo por dar un ejemplo) — Ni por tan solo un instante se pretende inferir que sólo los que observan debidamente el Día del Señor, aman al Señor; aquí el asunto es resaltar una línea que muchos han borrado: el amor para con Dios, generalmente hablando, se comprueba por medio de la obediencia a la Ley de Dios.

Luego, si un creyente dice amar a Dios, pero no guarda (obedece, observa) su Palabra-Ley, ¿qué tipo de amor sería ese? ¡Un amor conveniente y carnal, sin lugar a dudas, pero no bíblico! — ¿Qué tipo de amor es, por ejemplo, aquel que proviene de un hijo de Dios que se fastidia con la debida observancia del Día del Señor? — es más, preguntas como esta son válidas en este punto: ¿Qué tan genuino podrá ser el amor para con Dios de alguien cuya obediencia a Su Ley es, en el menor de los casos, intermitente, y en el peor, selectiva (obedezco 9 de los 10 Mandamientos)?

Las Sagradas Escrituras prueban más allá de la «duda razonable» que nuestro amor por Dios está ligado a la obediencia de la Palabra de Dios, PERO de manera muy particular, está ligado a los mandamientos de la Ley de Dios, que Él mismo escribió en nuestros corazones.

Juan 14:15 Si me amáis, guardad mis mandamientos. *No sólo a los Mandamientos de la Ley Moral de Dios, o a las demandas éticas de Cristo, SINO a toda la voluntad revelada de Dios.

Juan 14:21 El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama *mirar observación hecha en 1 Juan 5:3

1 Juan 5:3 Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. *Es imposible evitar mirar la relación entre la observancia evangélica de la Palabra-Ley de Dios y el amor que decimos tener por Él; es decir, nuestro amor por Dios no se mide por la belleza de las palabras que salgan de nuestras bocas, sino por anhelar vivir de acuerdo con sus mandamientos, particularmente, de acuerdo con los Mandamientos de la Ley Moral de Dios como norma de vida.

2 Juan 1:6 Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. *mirar observación hecha en 1 Juan 5:3

entre muchos otros textos

Queda pues establecido el enlace entre la obra de Dios (que produce vida), la escrituración de Su Ley en el corazón (como norma de vida y como sello de la membresía al Nuevo Pacto), y la obediencia a la Ley de Dios, que es lo que en última instancia prueba la genuinidad de nuestro amor por Dios.

Termino esta sección con el comentario de A.W. Pink (citando a John Brown) al respecto de la relación inquebrantable que existe entre obediencia a la Ley de Dios y el amor que decimos tener por Dios.

“La obediencia a los mandamientos de Cristo es la prueba del amor a Él [•••] Todo amante de Cristo guarda sus mandamientos implícitamente; es decir, hace lo que hace porque Cristo se lo ordena. [•••] Guardo los mandamientos de Cristo sólo cuando hago lo que Él me manda porque Él me lo ordena. Si amo a Cristo, guardaré sus mandamientos imparcialmente. “Si hago algo porque Cristo me lo manda, haré lo que Él me mande. No escogeré a voluntad. Si amo a Cristo, cumpliré sus mandamientos con alegría. Consideraré un privilegio obedecer su ley. El pensamiento de que son los mandamientos de Aquel a quien amo, debido a su excelencia y bondad, me hace amar su ley, porque debe ser excelente porque es suya, y debe ser adecuada para promover mi felicidad por la misma razón. [•••] Si amo a Cristo, cumpliré sus mandamientos con perseverancia. Si realmente lo amo, nunca podré dejar de amarlo, y si nunca dejo de amarlo, nunca dejaré de obedecerlo”

A.W. Pink (citando al Dr. John Brown).

Mi perspectiva del panorama actual

Muchos me tildarán de negativo; pero si «negativo» es ser realista, como dice el dicho inglés «so be it (que así sea)». Yo creo que la salud bíblica del cristianismo en el presente siglo malo, es mala. Creo, incluso, que muchos de aquellos que se llaman “reformados” no tienen una buena comprensión de las dimensiones, del alcance, de los aspectos y de la vinculancia de la Ley de Dios. Creo que muchos de quienes se llaman confesionales y se adhierene a la Confesión Bautista de Fe de 1689, ni siquiera creen en la debida observancia del Cuarto Mandamiento de la Ley Moral de Dios… ¿Cómo se podrá hablar de amor en casos como este, de abierta rebeldía a la Ley de Dios? Hermanos, jamás se nos debería olvidar que, si verdaderamente la Ley de Dios está escrita en nuestros corazones…

La observancia evangélica de la Ley Divina, con el favor del Padre y la ayuda del Espíritu, es
1)
fruto de Su obra en nuestro corazón, y;
2)
muestra inequívoca del amor que hay en nuestro corazón por Cristo.

Pastor César A. García

El tipo de conducta de quienes leen y citan en sus páginas de Facebook a los puritanos, o de quienes leen literatura puritana y reformada, pero viven contrario a sus enseñanzas, es típica del Neocalvinismo; del Neocalvinismo rampante que se ha convertido en el estándar de la reforma en nuestro país y en gran parte de Latinoamérica; de un cristianismo calvinista en doctrina, pero mundano en práctica; pero ultimadamente, de un calvinismo que habla, que cita, y que dice que la Ley es santa, pero que no vive en consonante obediencia evangélica a esa Ley.

Con todo lo anterior en mente, pero de manera particular, con lo dicho en el párrafo anterior, trataré con temor y temblor, pero con convicción, de responder a la pregunta formulada que lleva el nombre de este escrito: ¿Puede ser usted un creyente aparte de la obediencia evangélica a la Ley de Dios?

Basado en los argumentos esgrimidos a lo largo de este escrito, en las citas bíblicas publicadas, en el entendimiento que tuvieron los reformadores y puritanos, en que es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que en teoría puede y quiere obedecer a Dios, pero que en la práctica no lo hace, que es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que tiene la Ley de Dios escrita en su corazón, pero cuyo corazón no siente amor por la Ley, que es difícil creer en la genuina conversión de un «cristiano» que no guarda u observa de manera evangélica los mandamientos de la Ley Divina que Dios ha escrito en su corazón, y a la luz que el Señor me concede al respecto de este asunto, respondo: NO; es probable que NO lo sea, y que necesite el Evangelio.

La anterior respuesta se justifica porque la eficacia de la gracia de Dios obrando a través del Evangelio siempre se verá reflejada en el creyente que, aunque lejos de poder ofrecer a Dios una obediencia perfecta a los mandamientos de la Ley de Dios, sí puede ofrecerle, con el poder y la ayuda del Espíritu, una observancia evangélica, piadosa y humilde a dicha Ley… Ley que Dios escribió en nuestros corazones… Ley que amamos y cuyos mandamientos no son gravosos.

1 Juan 5:3 Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.

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