La vida es una responsabilidad

La vida «sería menos compleja y más llevadera» si no hay grandes responsabilidades, dicen algunos. Pero el punto es que la vida misma es una gran responsabilidad. Cada ser humano es responsable delante de Dios de lo que hace, piensa y dice. En el hogar también hay responsabilidades; el varón, por ejemplo, tiene responsabilidades inherentes a su rol (1 Cor 11:3 — Efe 5:23), y lo mismo la mujer; a los hijos se les delegan gradualmente ciertas responsabilidades, pero el varón es quien a la postre responde delante de Dios por lo que sucede en su hogar.

Ese mismo varón, quien es responsable delante de Dios por sus palabras y actos, y quien también responde por su familia, es llamado por el Señor a trabajar con el fin de proveer el sustento para sí mismo y los suyos (Gén 1:29 — Gén 3:19 — 2 Tes 3:10). Las responsabilidades laborales demandan que casi la mitad del día dicho varón esté ocupado cumpliendo con sus responsabilidades contractuales para con su empleador. Como si fuera poco, y además de todo lo mencionado anteriormente, los seres humanos tenemos responsabilidades civiles y sociales, de las que no hablaremos en detalle, para efectos de este escrito (Rom 13:1 — Tito 3:1) — el cumplimiento de todas las responsabilidades de la vida demanda esfuerzo y dedicación, a menos claro está, que se viva una vida desordenada e impía.

¿Pero hay más responsabilidades? o puesto de manera un poco «más dramática» ¿a qué horas podremos ocuparnos de otra responsabilidad (Santiago 4:14) o, ¿con qué fuerzas podremos ejecutar una nueva responsabilidad?

La conversión conlleva la adquisición de nuevas responsabilidades

La conversión, entre muchas otras cosas que podrían decirse al respecto, crea un conjunto notablemente robusto de responsabilidades para con el Señor y para con Su Reino, que van desde el propio cuidado del alma, hasta la participación en toda actividad bíblica que busca la expansión de la causa del Señor, incluyendo el cuidado, mantenimiento, fortalecimiento y edificación de la iglesia local — Es claro que estas nuevas responsabilidades demandan del creyente más esfuerzo y dedicación del que requería antes de su conversión.

La salvación por gracia conduce al creyente al uso de la gracia en el cumplimiento de los deberes que Dios mismo estableció para la iglesia. Sin la apropiada medida de gracia Divina es posible (como a menudo se observa) ver a un creyente desesperado con sus muchas obligaciones personales y laborales, y sobrecogidos y agotados cuando se trata del cumplimiento de sus responsabilidades eclesiales. En ese punto el creyente comienza, sin darse cuenta, a hacer una falsa distinción entre cuestiones obligatorias y cuestiones opcionales: las obligatorias como proveer pan para la casa tienen prioridad, mientras que las «opcionales» como asistir a la iglesia fielmente y servir en ella sacrificialmente, se hacen cuando se puedan.

Aquí son muy procedentes las palabras del Señor en Mat 23:23 » Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello» — Es una falsa disyuntiva pensar que puedo no hacer algo que Dios me ordena, porque estoy ocupado haciendo otra cosa que Él ordena. Así que, además de tener que esforzarse por honrar al Señor con su vida, en su familia y en su trabajo, ahora el varón creyente debe esforzarse aún más… ¿la razón? Cada creyente tiene una serie de responsabilidades en el entorno de su iglesia local. Listo al menos 15 de ellas:

  1. Servirnos los unos a los otros Gál 5:13
  2. Soportarnos los unos a los otros Col 3:13 
  3. Perdonarnos los unos a los otros Col 3:13
  4. Enseñarnos y amonestarnos los unos a otros Rom 15:14
  5. Cuidarnos los unos a los otros 1 Cor 12:25
  6. Ser humildes los unos para con los otros 1 Ped 5:5
  7. Ser hospitalarios los unos con los otros 1 ped 4:9
  8. Tener paciencia los unos con los otros Efesios 4:2
  9. Edificarnos los unos a otros 1 Tes 5:11
  10. Consolarnos los unos a otros 1 Tes 4:8
  11. Emplear los dones espirituales en favor de los otros 1 Ped 4:10
  12. Orar los unos por los otros Sant 5:16
  13. Dedicarnos los unos a los otros Rom 12:10
  14. Estar en paz los unos con los otros Marcos 9:50
  15. Animarnos unos a otros 1 Tes 5:11 

A las anteriores responsabilidades (entre hermanos) de la iglesia local, se suman las responsabilidades para con aquellos que nos presiden en el Señor.

16. Honrar y respetar a sus pastores 1 Tes 5:12-13
17. Obedecer y someterse a su autoridad espiritual Heb 13:17
18 Orar por los pastores Ef 6:18-19

Y a todo lo anterior, se le añaden responsabilidades generales de las que somos responsables aun cuando estamos agotados, cansados, cargados o desanimados.

19. Congregarse para la instrucción y la oración
20. Cuidar activamente de la unidad de la iglesia
21. Cooperar en el avance del Reino por medio del Evangelismo, del catequismo, etc.
22. Participar constantemente en la edificación de la iglesia
23. Aunar esfuerzos en todo lo concerniente a actividades programadas para el fortalecimiento de la iglesia
24. Aportar para el mantenimiento de la iglesia

¿Quién podrá al Señor en todos estos asuntos, a menos que el Señor mismo le conceda la suficiente gracia para que lo haga?

¡La vida en Cristo es ciertísimamente hermosa, pero no es fácil!

Jamás la vida cristiana ha sido, es o será un camino trazado para que fuera una blanda y delicada cama de rosas para que en ella duerman los perezosos, los negligentes y los abandonados (léase el Progreso del Peregrino, si desea) El camino del Señor fue trazado por Él para que nosotros, esforzándonos y siendo valientes (Josué 1:6-9) ahora abundemos en toda buena obra (2 Cor 9:8 — Col 1:10 — Efe 2:10) para Su gloria, y para el avance y fortalecimiento de Su iglesia.

Con todo lo anterior en mente la pregunta demanda ser formulada: ¿Quién dijo que la vida cristiana iba a ser fácil? Es claro que todos, pero particularmente los varones creyentes, debemos comportarnos varonilmente (1 Cor 16:13) si es que queremos cumplir a cabalidad con las responsabilidades inherentes a una vida para la gloria de Cristo.

La masculinidad bíblica es crucial en el avance y fortalecimiento de las iglesias locales

Con lo anterior en mente, creemos que todos los creyentes, sin distinción alguna de trasfondo social, estrato, color de piel, educación o sexo, tenemos responsabilidades, y no pocas. No obstante, las Sagradas Escrituras nos enseñan por medio de ejemplos, principios y mandamientos explícitos, que hay labores eclesiales cuya ejecución es responsabilidad particular y exclusiva de los varones. Pero incluso en aquellas labores generales (que pueden ser llevadas a cabo tanto por varones como por mujeres creyentes) creemos que el varón cristiano debe esforzarse con el fin de presidir la ejecución de dichas tareas y de dar ejemplo a las damas de dedicación, esfuerzo y seriedad.

Los varones creyentes deben ser conocidos por su piedad y santidad, pero también por su constancia, esfuerzo y dedicación en el seno de sus iglesias locales. Al mismo tiempo, ninguno de ellos debe ser conocido por ser débil, timorato, indeciso y fluctuante. Masculinidad bíblica, mucho más allá de proveer, proteger y guiar a su familia, tiene implicaciones prácticas en lo concerniente a la iglesia local. Un varón bíblico es aquel que vemos en la reconstrucción de las murallas de Jerusalén «con una mano puesta en el arado, y con la otra lista para la batalla» — también podemos ver a un varón bíblico en acción cuando lo vemos ejerciendo un liderazgo con ejemplo y determinación; de igual manera podemos describir a un varón bíblico en términos de aquellas virtudes (fortaleza y valentía) que vemos en Josué…

Josué 1:9, «Sé fuerte y valiente. No temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas.»

La masculinidad bíblica se define en términos de valentía y fortaleza para enfrentar desafíos y adversidades, y ¡así deberíamos ser todos los varones de todas las iglesias locales! Una iglesia que tiene este tipo de varones (esforzados y valientes como Josué, y entregados al servicio y decididos para la batalla como Nehemías) es una iglesia que, sin lugar a duda alguna, puede hacer más para el Señor, y puede hacerlo mejor; es una iglesia que puede servirle más, que puede estar más preparada, y que a la postre, estará más edificada, y por ende, más segura.

La iglesia sufre cuando el creyente no es esforzado.

¡Varones hermanos! la iglesia sufre por la pereza y la irresponsabilidad de creyentes, particularmente de varones que son negligentes y abandonados en lo tocante a las órdenes, tareas y labores que Dios ha comisionado a la iglesia a la que él mismo pertenece. Varones, que en ocasiones, solo se preocupan de sus casas, pero no se preocupan por la «casa de Dios», que es la iglesia. Lamentablemente, eso siempre ha pasado…

Hag 1:2 Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada. v3 Entonces vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo, diciendo: v4 ¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?

Como ya lo argumentamos, no a pocos varones les falta «ser esforzados y valientes como Josué» y «comportarse varonilmente» como nos insta Pablo. Por ejemplo, varones quienes, frente a una indisposición corporal menor, dejan de cumplir responsabilidades, no como padres ni como empleados, sino como miembros de la iglesia local; hermanos que saben que después de un día arduo de trabajo no puede faltar a su casa (porque eso sería impiedad), y que preocupados quizás con dificultades en sus hogares, no pueden faltar a sus trabajos (porque los despiden) … ¡ah! pero que frente a la menor oposición o desafío (que ultimadamente son pruebas del Señor) siempre optan por excusarse del servicio al Señor y de todo aquello que demande cualquier esfuerzo para el avance de Su causa.

Mis hermanos varones, ¿quién nos dijo que como creyentes tenemos la prerrogativa de escoger qué responsabilidades eclesiales cumplir, ¿cómo cumplirlas y cuándo cumplirlas?

¿Qué podemos hacer ahora que sabemos que cumplir con las responsabilidades como cristianos no iba a ser un asunto fácil?

Aprovechemos los medios de gracia y fortalezcámonos en el Señor y en el poder de su fuerza (Efe 6:10). Si esto hacemos de manera diligente, seguramente estaremos mejor preparados para cumplir con toda responsabilidad personal, familiar, laboral y civil, y no volveremos a defraudar al Señor incumpliendo o descuidando nuestros deberes y obligaciones en el seno de Su Reino.

Tratemos de convencernos más (tal y como lo hicieron los Bereanos) no sólo de las doctrinas de los apóstoles en las cuales perseveraban las iglesias locales del Nuevo Pacto, sino también de involucrarnos disciplinadamente en sus prácticas (pertenecer a una iglesia local, participar en la oración, en la comunión unos con otros, en las ordenanzas del Señor y en la proclamación del Evangelio) Hechos 2:42,46

Busquemos buenos ejemplos del pasado para imitar. Desde los mártires y los grandes hombres de Dios en el Siglo I, hasta nuestros días, el patrón ha sido el mismo; hombres con familias, en medio de Providencias desafiantes, y en tiempos caracterizados por condiciones precarias, que pese a ello, nunca dejaron de ser fieles a su Señor. ¿Fueron ellos más especiales que nosotros? No; sólo que ellos nunca perdieron de vista que sus responsabilidades para con el Señor y su iglesia, eran arte y parte de sus vidas, no solo un accesorio que vestían los domingos.

¿Por qué tiene que sufrir la iglesia a causa de la desidia de los creyentes?

No creamos que sólo hay consecuencias negativas cuando somos irresponsables en la casa, en la familia o en la sociedad. Dondequiera que hay una asamblea de personas y una de ellas descuida sus responsabilidades para con los demás, existe siempre una afectación colectiva dentro de esa asamblea. En la conversión, los creyentes adquirimos una serie de responsabilidades espirituales y prácticas, que —permítaseme dejar en claro: acarrean consecuencias cuando se descuidan, se abandonan o se olvidan.

Hermano creyente, la iglesia siempre sufrirá a manos de Satanás y del mundo, pero jamás debería sufrir por causa suya, y menos, por causa de su pereza, abandono, dejamiento e irresponsabilidad. Todo lo contrario, usted como varón creyente debería estar dispuesto a sufrir por amor a su amada iglesia local, procurando siempre su cuidado, avance, fortalecimiento, y unidad.

¿Decimos amar a Cristo? ¡Quizás sea mejor que nuestras bocas callen! y que el Señor nos conceda la gracia para manifestar nuestro amor por Él, en todo cumplimiento responsable de las obligaciones por Él establecidas para beneficio de su iglesia.

Entonces, ¿quién dijo que la vida cristiana iba a ser fácil? ¡No es fácil! y por eso necesitamos el favor del Señor para esforzarnos y cumplir con toda responsabilidad en el seno de nuestros hogares y de nuestros trabajos, en la sociedad en la que vivimos, y desde luego, en la iglesia en la que Dios nos bendice.

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