De Dios y de la Santa Trinidad
1. El Señor nuestro Dios es un Dios único, vivo y verdadero (Deut. 6:4; Jer 10:10; 1 Cor 8:4,6; 1 Tes 1:9); cuya subsistencia está en él mismo y es de él mismo, infinito en ser y perfección (Isaías 48:12); cuya esencia no puede ser comprendida por nadie sino por él mismo (Éxo 3:14; Job 11:7,8; Job 26:14; Sal 145:3; Rom 11:33,34); es espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, miembros o pasiones, el único que tiene inmortalidad y que habita en luz inaccesible (Juan 4:24; 1 Ti. 1:17; Deut 4:15,16; Lucas 24:39; Hch. 14:11,15; Stg. 5:17); es inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, infinito en todos los sentidos, santísimo, sapientísimo, libérrimo, absoluto (Mal. 3:6; Stg. 1:17; 1 Reyes 8:27; Jeremías 23:23,24; Sal 90:2; 1 Tim 1:17; Génesis 17:1; Apoc. 4:8; Isaías. 6:3; Rom 16:27; Sal 115:3; Éxodo. 3:14); que hace todas las cosas según el consejo de su inmutable y justísima voluntad, para su propia gloria (Ef. 1:11; Is. 46:10; Pr. 16:4; Ro. 11:36); es amantísimo, benigno, misericordioso, longánimo, abundante en bondad y verdad, que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado (Éx. 34:6,7; 1 Jn. 4:8); galardonador de los que le buscan con diligencia, y, sobre todo, justísimo y terrible en sus juicios, que odia todo pecado y que de ninguna manera dará por inocente al culpable.
2. Teniendo Dios en sí mismo y por sí mismo toda vida, gloria, bondad y bienaventuranza, es todosuficiente en sí mismo y respecto a sí mismo, no teniendo necesidad de ninguna de las criaturas que él ha hecho, ni derivando ninguna gloria de ellas, sino que solamente manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas (Jn. 5:26; Hch. 7:2; Sal. 148:13; 119:68; 1 Ti. 6:15; Job 22:2-3; Hch. 17:24-25); él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas las cosas, teniendo sobre todas las criaturas el más soberano dominio para hacer mediante ellas, para ellas y sobre ellas todo lo que le agrade (Ap. 4:11; 1 Ti. 6:15; Ro. 11:34-36; Dn. 4:25,34-35); todas las cosas están desnudas y abiertas a sus ojos; su conocimiento es infinito, infalible e independiente de la criatura, de modo que para él no hay ninguna cosa contingente o incierta (He. 4:13; Ro. 11:33-34; Sal. 147:5; Hch. 15:18; Ez. 11:5). Es santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandatos (Sal. 145:17; Ro. 7:12 5. Ap. 5:12-14); a él se le debe, por parte de los ángeles y los hombres, toda adoración, servicio u obediencia que como criaturas deben al Creador, y cualquier cosa adicional que a él le placiera demandar de ellos.
3. En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el Espíritu Santo (Mt. 3:16,17; 28:19; 2 Co. 13:14), de una sustancia, poder y eternidad, teniendo cada uno toda la esencia divina, pero la esencia indivisa (Éx. 3:14; Jn.14:11; 1 Co. 8:6): el Padre no es de nadie, ni por generación ni por procesión; el Hijo es engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Pr. 8:22-31; Jn. 1:1-3,14,18; 3:16; 10:36; 15:26; 16:28; He. 1:2; 1 Jn. 4:14; Gál 4:4-6c); todos ellos son infinitos, sin principio y, por tanto, son un solo Dios, que no ha de ser dividido en naturaleza y ser, sino distinguido por varias propiedades relativas peculiares y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el fundamento de toda nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de él.